España cojones, España

Cosa curiosa del patriotismo español: con dos cojones. Últimamente me da la impresión de que todo lo que sea gritar »Viva España», ondear la bandera rojigualda, salir a la calle a manifestarse, etcétera, se hace con dos cojones. Hay por ahí una minoría que lo hace con dos huevos, pero no está muy consolidada. A mí a estas alturas me surgen muchas preguntas: ¿Por qué esa continua asociación con las gónadas masculinas? ¿Queda excluido del patriotismo español quien no tenga miembro masculino? ¿Se puede gritar »Viva España con dos ovarios»? ¿Y con un cojón? ¿Se puede ensalzar el patriotismo sin hacer gala ni alusión de los genitales? Quizás la pregunta definitiva sea ¿Qué se pretende decir con eso?
Me asaltan dos posibles respuestas: O bien quien ensalza el patriotismo o nacionalismo españolista es una persona »valiente» que hace gala de su españolismo libre de complejos (lo cual viene a decir entonces que existe un españolismo acomplejado que se avergüenza de su españolidad) o que el españolismo es algo que »por cojones» se debe exhibir. Un corresponsal español en Italia (no recuerdo el nombre) decía que los españoles nos caracterizamos por hacer las cosas por cojones, es decir, sí o sí debe ser al 100% lo que exijamos. En otras palabras, preferimos no obtener algo a conseguirlo a medias. Y claro, cuando toca negociar, somos tan duros de roer que acabamos perdiendo. Y todo por no saber negociar por los cojones. Es lo que tienen los cojones: que si alguien dice que se quiere independizar, en lugar de averiguar, comprender y resolver por qué cada vez hay más gente en Cataluña que apoya el catalanismo y así negociar la posibilidad de convivir juntos, se prefiere sacar la bandera, gritar »Viva España con dos cojones» y ya de paso, exhortarle »te guste o no te guste eres español», que es un método de conversión de los catalanes en españolistas que ha funcionado en ningún sitio. Como decía Unamuno, »venceréis, pero no convenceréis». Sinceramente no sé quien vencerá en esta ocasión, aunque me aterran las consecuencias. Pero de lo que estoy seguro es de que el españolismo y sus cojones no convencerán, no mientras vayan con los cojones por delante. A lo mejor por eso hay un españolismo acomplejado, eso sí, con dos cojones.

Los extremos se abrazan

La expresión »los extremos se tocan» surge de un contexto que pretende acabar con todo radicalismo, venga de donde venga, apostando por la moderación y prácticamente por el inmovilismo político, si cabe. Si el comunismo y el fascismo tuvieran semejanzas -que por mucho que se empeñen en sacárselas, sus diferencias son abismales- no es pura casualidad. Es sabido que ante el temor de las hordas rojas que impulsaban revoluciones por doquier a principios del siglo XX, frente a un liberalismo ideológicamente en decadencia -más o menos como hoy-, los más temerosos de posibles invasiones bolcheviques buscaran el remedio en el propio enemigo, creando una ideología que mantuviera a burgueses y obreros unidos bajo un mismo estandarte -la nación- y mantener así la paz social en pos de intereses más elevados, como es la tradición, la religión, los valores morales históricos y por supuesto, la recuperación de imperios perdidos. Todo sea por tener a la clase trabajadora sometida. La cuestión está en que la inspiración de todo esto lo encuentran en las antípodas de lo que ellos buscan, es decir, el partido único. Eso sí, pasándose por el forro el centralismo democrático, el poder de los soviets y la decisión de abajo-arriba. Se sustituye por lo tanto en las decisiones del líder carismático, que todo lo sabe y todo lo ve, llámese Mussolini o Hitler -no me empeño en buscar analogías en España, puesto que al parecer es tradición no tener líderes carismáticos aquí-.

El fascismo de las antorchas y los pasos militares fallece. El comunismo entra en coma. El capitalismo se inyecta botox. Con tal de llevarle la contraria a Fukuyama parece ser que los antiguos fascistas quieren aprovechar el shock posmoderno que estamos sufriendo y reciclan sus logos, sus nombres, sus discursos. Ya no van de azul mahón, negro o pardo. Van de Gucci, Adolfo Domínguez o Dolce & Gabbana -con una retaguardia de cabezas rapadas y fans del Oi!-. Pero sus fines, son los mismos que hace 70 años: un imperialismo que resurge de sus cenizas, un líder que pretende ser carismático, recuperar valores morales perdidos -a veces rancios y trasnochados- y el temor a que otras culturas nos invadan, llámense judíos, árabes o chinos. Hablan de anticapitalismo, de antiliberalismo, de enfrentarse a la democracia de partidos, que ni es democracia ni es nada. Pero no ofrecen como solución la nacionalización de la tierra, ni acabar con la lucha de clases, ni ninguna chorrada marxistoide. No buscan mecanismo de democracia más participativa o inclusiva. Buscan lo de siempre: discriminar a las minorías y dominar por una minoría. Una élite. Las ideas posmodernas hacen el resto. Si la tele dice que comunismo y fascismo son igual de malos, es que son lo mismo. Flash. Nueva ideología. Viejos métodos. Llámese nacionalbolchevismo, strasserismo, séptima generación de izquierda, o Egalité et Reconciliation. La cuestión es desorientar, como están haciendo en Francia hoy, como están laborando en países como Hungría, como Austria, como Rusia. Dad gracias al capitalismo.

Y después de la Revolución, ¿qué?

Cierto es que es constante la crítica marxista hacia los partidos del sistema capitalista, que defienden los intereses de la clase dominante -banca, empresarios, etcétera-. Partiendo de dicha lógica, Marx indicó que los proletarios tenían unos mismos intereses que, traducidos a la teoría de Lenin, estos mismos intereses debían agruparse en un mismo partido, en un partido único que fuera capaz de organizar la revolución, derrocar a la oligarquía capitalista y establecer un Estado obrero socialista. Partiendo de aquí me hago dos preguntas:

  • Una vez alcanzada la revolución, es decir, una vez que los marxistas han tomado el poder y han modificado las estructuras de poder -Estado, administración, cuerpos y fuerzas de seguridad, etcétera- para beneficiar esta vez a la nueva clase dominante -es decir, los trabajadores-, ¿Tiene sentido que el Partido Comunista se institucionalice?
  • Cuando Gramsci dessarrolló su teoría de que aunque los trabajadores pertenecen a una misma clase, tienen intereses distintos, ¿Cómo traducimos esto? ¿Autorizando un sistema pluripartidista sería la forma más viable?

Siempre he considerado que, al fin y al cabo, los partidos políticos constituyen una élite que defiende una serie de intereses, preferentemente particulares. Es decir, con el fin de legitimarse, van a justificar los errores que pudiera haber cometido, aunque una de las premisas del partido sea la autocrítica constructiva. Así lo estamos viendo hoy en los casos de corrupción de aquí, en España, donde los encubrimientos están a la orden del día. Así lo vimos en el pasado con partidos como el PCUS o el SED, cada vez con menos espíritu crítico y más vanagloriados. Los partidos políticos generan élites, generan capas superiores que, al institucionalizarse, al integrarse en los engranajes del Estado como un órgano político más, sufren un proceso de acomodamiento que los distancia de las masas, de la realidad, viviendo a base de salarios y subsidios asignados por el Estado.

Respondiendo a la primera pregunta que me formulo, una vez que se ha constituido el nuevo Estado socialista, en la que los principios y valores del marxismo se han trasladado al ordenamiento jurídico, a la Constitución y a las leyes, así como formalizado la creación de consejos y asambleas populares donde se eligen a meros portavoces que trasladarán las decisiones emanadas de estos a los órganos superiores del Estado, los partidos políticos poco sentido van a tener. Los partidos políticos surgieron como asociaciones que compartían unos mismos valores e intereses, clubes donde unos pocos financiaban el proyecto. Éstos establecían un programa y elegían a su candidato para presentarse a elecciones. Si en el Estado de los consejos, de los soviets, es la asamblea de trabajadores la que realiza propuestas, el partido político no tiene cabida.

Esto también debería aplicarse al Partido Comunista, ya que desde la Constitución de la URSS de 1936 (art. 126) se ha convertido en una constante en todos los países socialistas del mundo el hecho de que fuera el partido político dominante, exclyendo el reconocimiento de otros (Cuba, URSS, la mayoría de países de Europa oriental), o con hegemonía sobre otros (el caso de la RDA, Corea del Norte, China…). Esto se debe a que el Partido Comunista tiene el supremo papel dirigente del Estado y la sociedad, con el fin de alcanzar la fase última, el comunismo. Que el Partido Comunista fuera el partido político dominante no se traduce solo al hecho de que fuera el único legal (que vuelvo a reiterar, en el socialismo soviético o asambleario poco sentido tiene su presencia, casi simbólica), pero el hecho de que sea reconocido por la Constitución como una institución más (art. 5 de la Constitución de Cuba, por ejemplo), la convierte casi en un organismo político integrado en el Estado, en una institución corporativizada, como hoy en España son los sindicatos mayoritarios y la patronal, por ejemplo. Pienso que el Partido Comunista, tras la instauración del Estado obrero y socialista, debe seguir siendo un organización que, ejerciendo su papel de vanguardia del proletariado al margen del Estado, que debe convertirse en un grupo de presión, de influencia, al mismo nivel que otras asociaciones u organizaciones políticas que se pudieran formar, de otras ideologías, intereses y puntos de vista.

Ya respondiendo a la segunda pregunta, la solución no es crear un sistema de partidos cubierto con un manto socialista. Elegir cada cuatro años a un partido político que gobierne no es democracia, sea bajo el socialismo o bajo el capitalismo. La democracia reside en el pueblo, en la asamblea, en el puesto de trabajo. Lo mismo sucede con ese pluripartidismo artificial que tiene lugar en países como China o Corea del Norte, que no sirve más que para canalizar intereses divergentes pero sumisos a la línea oficial, establecida por el Partido Comunista o Partido de los Trabajadores, respectivamente. La lucha política, el centro de discusión, reside en el consejo popular, en la asamblea, donde los ciudadanos, que militarán en distintas asociaciones, organizaciones, grupos de interés y demás, serán quienes discutirán las cuestiones políticas que posteriormente se trasladarán a instancias superiores. Ante esta posibilidad, alguno o alguna se preguntará si, a la hora de elegir a los portavoces de las asambleas sus campañas estarían financiadas por dichos partidos políticos. La respuesta es no. Los portavoces se dan a conocer a través de la propia asamblea. Para ello hay que eliminar la posición preponderante que se le otorga al Partido partiendo de la misma constitución, y como ejemplo tendríamos la Constitución de la República Soviética de Rusia de 1918, o de la URSS de 1924, donde las únicas instituciones políticas reconocidas son los soviets, haciendo honor a la denominación de este extinto país.

La justicia nos la darán los jubilados

Jode sentarse a la mesa y comer con noticias tan desagradables como la reunión de un autodenominado «Consejo de Expertos», en un alarde de superioridad intelectual, que indica qué es lo que más conviene al pueblo, el cual al parecer no es tan experto, y por lo tanto más ignorante. Éste órgano ha indicado como recomendable reducir las pensiones a los jubilados, que por lo visto cobran demasiado, con 10 votos a favor -uno de ellos del jefe del gabinete de estudios de CCOO, Miguel Ángel García-, un voto en contra y una abstención -ambos, sorpresivamente, miembros a recomendación del PSOE-.

En primer lugar, el moquetazo sindical hacia el PCE e IU en general ha sido impresionante. Algunos marxistas andamos rezando -valga la contradicción- para que Marcelino Camacho nos haga el favor de aparecérsele al señor García a altas horas de la noche y convencerle para que dimita, ya que me huelo que el sindicato no lo va a hacer.

Y en segundo lugar, decir que me llamó la atención la expresión «Consejo de Expertos», expresión poco utilizada en estos tiempos que corren y cuyos orígenes se remontan a tiempos bíblicos, a los llamados Consejos de Sabios, donde los más experimentados, que se consideraba que eran los más ancianos, se reunían para discernir sobre las inadecuadas decisiones de los jóvenes impulsivos e inexpertos ciudadanos. A pesar de que en el siglo XVIII se pretendieron recuperar estas instituciones con las renacidas figuras de los Senados -como el Consejo de Ancianos en Francia-, no ha sido muy útil .más que nada porque la demencia senil provoca la desconfianza de los jóvenes a seguir sus recomendaciones- y hoy día solo se mantiene en países políticamente exóticos como Irán, con el llamado Consejo de Guardianes.

El caso es que una cosa me llevó a la otra y al final me trajo al recuerdo un partido político que descubrí hace tiempo, y que hoy puede ser la solución a esta pobredumbre que a todos los niveles nos acecha: el Partido de la Reforma del Estado de Nostradamus. Del mismo modo que la biblia de los liberales es La Riqueza de las Naciones, o para nosotros los marxistas El Capital, para este partido su base ideológica radica en el profeta, que al parecer predijo -a humilde interpretación de su avejentado líder político, con camisa de cuadros y manga corta, cartera en bolsillo del pecho- que la cuna de la prosperidad sería capital en Murcia. La cosa es que en una de sus «verdades» se encontraba la de dividir España en tropecientas circunscripciones judiciales donde en cada una de ellas sus ciudadanos elegirían un órgano colegiado de jueces formado por jubilados. Desconozco si en 2011 llegó a presentarse a elecciones, pero si hubiera triunfado, es muy probable que personas retiradas de la política que hoy hacen amago de volver tuvieran un hueco impartiendo justicia a la sociedad…y probablemente la bajada de pensión a los jubilados no la habría propuesto nadie, ni siquiera un, a mi humilde parecer, mal llamado «Consejo de Expertos».

La indefinición política está de moda

Las crisis económicas como la actual suele cabrear a la gente, y si a ello se añade una crisis profundamente política como la que los españolitos de a pie presencian en televisión o en la prensa, les obliga a replantearse si el modelo de sociedad del que forman parte es el adecuado, o bien si necesita ser modificado. Esto lleva a que la ciudadanía, a la hora de plantearse un análisis, emanen dos puntos de vista, prácticamente antagónicos, como forma de poner solución a estos problemas estructurales:

  • Uno más radical y revolucionario, cuya solución se centra en cambiar el orden constitucional y la estructura política de arriba abajo, ya que los problemas proceden de la misma base del sistema. El problema es que hay ciertos grupos que les incomoda este tipo de cambios y la tensión social suele incrementarse.
  • Uno más reformista, que mira por buscar una salida más moderada de esta crisis generalizada realizando pequeños cambios para aliviar a las masas, pero que en general el sistema político-económico continúa siendo el mismo en esencia.

Tras la experiencia del 15M, la cual surgió como un movimiento político supuestamente ajeno a ideología alguna (aunque evidentemente se oponían a tomar parte de ella los mismos que han sabido aprovecharse de esta crisis económico-política), pero carente de un canal realista con el que hacer oír sus demandas a la clase política, y en concreto, al gobierno, más allá de dar órdenes de enviar a policías antidisturbios, observamos una explosión de partidos políticos que intentan captar al mayor número de votantes posible -partidos catch all– como respuesta ante una necesidad de cambio, lejos del tradicional espectro izquierda-derecha.

…y ahí es donde aparece UPyD. Gracias a la experiencia contra los partidos que configuran el bipartidismo español, fue uno de los grandes beneficiados de las elecciones del 20N por su difusa -por no decir carente- ideología política, que ha hecho acaparar al desencanto político en sí (ex-socialistas, ex-populares, algunos extremistas de la derecha y probablemente algún izquierdoso desorientado). Sin embargo, no ha terminado de convencer. Que no sea ni de derechas ni de izquierdas, ni de arriba ni de abajo, ha hecho que algunos nostálgicos de la Transición brinden al centro -y para adentro-. De modo que en el registro de partidos políticos se observan cómo aparecen como champiñones partidos sin ideología, o que no son partidos, o que son partidos de centro a palo seco.

Y es que al final tendrá razón el profesor Bell cuando hablaba del fin de las ideologías, porque al parecer ahora las ideologías están pasadas de moda y lo que se lleva es la falta de espíritu crítico, la incuestionabilidad de todo, y por supuesto, el libre mercado. Nos dirigimos, sin duda, al pensamiento único.